—¿Nada más? —Sí. —Dadme vuestras órdenes, reverenda madre. —Fauvent, tenemos confianza en vos. —Estoy aquí para obedecer. —Y para callar. —Sí, reverenda madre. —Cuando esté abierta la bóveda... —La volveré a cerrar. —Pero antes... —¿Qué, reverenda madre? —Es preciso bajar algo. Hubo un momento de silencio. La priora, des-pués de hacer un gesto con el labio inferior que parecía indicar duda, lo rompió: —¿Tío Fauvent? —¿Reverenda madre? —¿Sabéis que esta mañana ha muerto una madre? —No. —¿No habéis oído la campana? —En el jardín no se oye nada. —¿De veras? —Apenas distingo yo mi toque. 186

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