encontraréis vino, pan y queso. Unos minutos después, Fauchelevent, cuya campanilla ponía en fuga a las religiosas, llamaba suavemente a una puerta; una dulce voz respon-dió: Por siempre, por siempre. Es decir, entrad. La priora, la Madre Inocente, sentada en la única silla que había en el locutorio, esperaba a Fauchelevent. III. Fauchelevent en presencia de la dificultad El jardinero hizo un saludo tímido, y se paró en el umbral de la celda. La priora, que estaba pasando las cuentas de un rosario, levantó la vista y le dijo: —¡Ah!, ¿sois vos, tío Fauvent? Tal era la abreviación adoptada en el convento. —Aquí estoy, reverenda madre. —Tengo que hablaros. —Y yo por mi parte —dijo Fauchelevent con una audacia que le asombraba a él mismo—, tengo también que decir alguna cosa a la muy reverenda madre. La priora le miró. —¡Ah!, ¿tenéis que comunicarme algo? —Una súplica. —Pues bien, hablad. El bueno de Fauchelevent tenía mucho aplo-mo. En los dos años y algo más que llevaba en el convento, se había granjeado el afecto de la co-munidad. Viejo, cojo, casi ciego, probablemente un poco sordo, ¡qué cualidades! Difícilmente se le hubiera podido reemplazar. El pobre, con la seguridad del que se ve apre-ciado, empezó a formular frente de la reverenda priora una arenga de campesino bastante difusa y 184
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