—Vuestra hija duerme —continuó Fauchelevent . ¿Cómo se llama? —Cosette. —A ella le será fácil salir de aquí. Hay una puerta que da al patio. Llamo, el portero abre; yo llevo mi cesto al hombro; la niña va dentro, y salgo. Es muy sencillo. Diréis a la niña que se esté quieta debajo de la tapa. Después la deposito el tiempo necesario en casa de una vieja frutera, amiga mía, bien sorda, que vive en la calle Che-min—Vert, donde tiene una camita. Gritaré a su oído que es una sobrina mía, que la tenga allí hasta mañana; y después la niña entrará con vos, porque yo os facilitaré la entrada, por supuesto. Pero, ¿cómo saldréis? Jean Valjean meneó la cabeza. —Debería tener la seguridad de que nadie me vea, Fauchelevent. Buscad un medio de que sal-ga, como Cosette, en un cesto y bajo una tapa. Fauchelevent se rascó la punta de la oreja, señal evidente de un grave apuro. Se oyó un tercer toque. —El médico de los muertos se va —dijo Fauchele-vent . Habrá mirado y habrá dicho: está muerta; bueno. Así que el médico ha dado el pasaporte para el paraíso, la administración de pompas fúnebres envía un ataúd. Si la muerta es una madre, la amor-tajan las madres; si es una hermana la amortajan las hermanas, y después clavo yo la caja. Esto forma parte de mis obligaciones de jardinero; porque un jardinero tiene algo de sepulturero. Se deposita el cadáver en una sala baja de la iglesia que da a la calle, y donde no puede entrar ningún hombre más que el médico de los muertos y yo, porque yo no cuento como hombre, ni tampoco los sepultureros. En la sala es donde clavo la caja. Los sepultureros vienen por ella y ¡arre, cochero! así es como se va al cielo. Traen una caja vacía, y se la llevan con algo adentro. Ya veis lo que es un entierro. Se oyó en eso un cuarto toque. Fauchelevent cogió precipitadamente del clavo la rodillera con el cencerro, y se lo puso en la pierna. —Esta vez el toque es para mí. Me llama la madre priora. Señor Magdalena, no os mováis, y esperadme. Si tenéis hambre, ahí 183

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