del muro, oculta por unas ruinas y por los árboles, y no se ve desde el convento. Y yo añado que las monjas no se acercan aquí nunca. —¿Pues entonces?... —Pero quedan las niñas. —¿Qué niñas? Cuando Fauchelevent abría la boca para ex-plicar lo que acababa de decir, se oyó una cam-panada. —La religiosa ha muerto —dijo—. Ese es el tañi-do fúnebre. E hizo una señal a Jean Valjean para que escu-chara. En esto sonó una nueva campanada. —La campana seguirá tañendo de minuto en minuto, veinticuatro horas hasta que saquen el cuerpo de la iglesia. En cuanto a las niñas, como os decía, en las horas de recreo basta que una pelota ruede un poco más para que lleguen hasta aquí, a pesar de las prohibiciones. Son unos de-monios esos querubines. —Ya entiendo, Fauchelevent; hay colegialas in-ternas. Jean Valjean pensó: \"Encontré educación para Cosette\". Y dijo en voz alta: —Sí; lo difícil es quedarse. —No —dijo Fauchelevent—, lo difícil es salir. Jean Valjean sintió que le afluía la sangre al corazón. —¡Salir! —Sí, señor Magdalena; para volver a entrar es preciso que salgáis. Jean Valjean se puso pálido. Sólo la idea de volver a ver aquella temible calle lo hacía temblar. 182

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