es todo su descanso. En esta actitud ora por todos los pecadores del universo. Es de una grandeza que raya en lo sublime. Nunca dicen \"mío\", porque no tienen nada suyo, ni deben tener afecto a nada. Estas religiosas, enclaustradas en el Pequeño Picpus hacía cincuenta años, habían hecho cons-truir un panteón bajo el altar de su capilla para sepultar allí a los miembros de su comunidad. Pero las autoridades no se lo permitieron, por lo cual tenían que abandonar el convento al morir. Sólo obtuvieron, consuelo mediocre, ser enterra-das a una hora especial y en un rincón especial del antiguo cementerio Vaugirard, que ocupaba tierras que fueron antes de la comunidad. En la época de esta historia, la orden tenía junto al convento un colegio para niñas nobles, la mayoría muy ricas. II. Se busca una manera de entrar al convento Al amanecer, Fauchelevent abrió los ojos y vio al señor Magdalena sentado en su haz de paja, mi-rando dormir a Cosette. El jardinero se incorporó, y le dijo: —Y ahora que estáis aquí, ¿cómo haréis para entrar? Estas palabras resumían el problema y sacaron a Jean Valjean de su meditación. Los dos hombres celebraron una especie de consejo. —Tenéis que empezar —dijo Fauchelevent— por no poner los pies fuera de este cuarto ni la niña ni vos. Un paso en el jardín nos perdería. —Es cierto. —Señor Magdalena —continuó Fauchelevent—, habéis llegado en un momento muy bueno, quie-ro decir muy malo; hay una monja gravemente enferma; están rezando las cuarenta horas; toda la comunidad no piensa más que en esto. La que va a morir es una santa; no es extraño, porque aquí todos lo somos. La diferencia entre ellas y yo sólo está en que ellas dicen: nuestra celda y yo digo: mi choza. Ahora va a rezarse la oración de los agonizantes, y luego la de los muertos; por hoy podemos estar tranquilos, pero no respondo de lo que sucederá mañana. —Sin embargo —dijo Jean Valjean—, esta choza está en una rinconada 181
RkJQdWJsaXNoZXIy Nzg5NTA=