LIBRO SEXTO. Los cementerios reciben todo lo que se les da I. El Convento Pequeño Picpus Este convento de Benedictinas de la callejuela Picpus era una comunidad de la severa regla española de Martín Verga. Después de las Carmelitas, que llevaban los pies descalzos y no se sentaban nunca, la más dura era la de las Bernardas Benedictinas de Martín Verga. Iban vestidas de negro con una pechera que, según la prescripción expresa de san Benito, llegaba hasta el mentón; una túnica de sarga de manga ancha, un gran velo de lana, y la toca que bajaba hasta los ojos. Todo su hábito era negro, salvo la toca que era blanca. El de las novicias era igual, pero en blanco. Las Bernardas Benedictinas de Martín Verga practican la adoración perpetua. Comen de vier-nes todo el año, ayunan toda la Cuaresma; se levantan en el primer sueño, desde la una hasta las tres, para leer el breviario y cantar maitines. Se acuestan en sábanas de sarga y sobre paja, no usan baños ni encienden nunca lumbre, se disci-plinan , todos los viernes, observan la regla del silencio. Sus votos, cuyo rigor está aumentado por la regla, son de obediencia, pobreza, castidad y perpetuidad en el claustro. Todas se turnan en lo que llaman el desagra-vio. El desagravio es la oración por todos los pecados, por todas las faltas, por todos los desór-denes, por todas las violaciones, por todas las iniquidades, por todos los crímenes que se come-ten en la superficie de la tierra. Durante doce horas consecutivas, desde las cuatro de la tarde hasta las cuatro de la mañana, la hermana que está en desagravio permanece de rodillas sobre la piedra ante el Santísimo Sacra-mento, con las manos juntas y una cuerda al cue-llo. Cuando el cansancio se hace insoportable, se prosterna extendida con el rostro en la tierra y los brazos en cruz; éste 180

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