detrás de los árboles con dos de sus hombres. Javert siguió a Jean Valjean de árbol en árbol, de esquina en esquina, y no lo perdió de vista un solo instante, ni aun en los momentos en que el fugitivo se creía en mayor seguridad. Pero, ¿por qué no lo detenía? Porque dudaba aún. Debe recordarse que en aquella época la poli-cía no obraba con toda libertad; la prensa la tenía a raya. Atentar contra la libertad individual era un hecho grave. Por otra parte, ¿qué inconveniente había en esperar? Javert estaba seguro de que no se le escaparía. Lo seguía, pues, bastante perplejo, haciéndose una porción de preguntas acerca de aquel perso-naje enigmático. Solamente al llegar a la calle Pontoise, y a favor de la viva luz que salía de una taberna, fue cuando reconoció sin ninguna duda a Jean Val-jean. Hay en el mundo dos clases de seres que se estremecen profundamente: la madre que encuen-tra a su hijo perdido, y el tigre que encuentra su presa. En aquel momento, Javert sintió este estreme-cimiento profundo. Cuando tuvo seguridad de que aquel hombre era Jean Valjean, pidió un refuerzo al comisario de policía de la calle Pontoise. El tiempo que gastó en esta diligencia lo hizo perder la pista. Pero su poderoso instinto le dijo que Jean Valjean trataría de poner el río entre él y sus perseguidores y se fue derecho al puente de Austerlitz. Lo vio entrar en la calle Chemin—Vert—Saint Antoine; se acordó del callejón sin salida y de la única pasada de la calle Droit—Mur a la callejuela Picpus. Vio una patrulla que volvía al cuerpo de guardia, le pidió auxilio y se hizo escoltar por ella. Tuvo un momento de alegría infernal; dejó ir a su presa delante de él, en la confianza de que la tenía segura. Javert gozaba con lo que estaba viviendo; se puso a jugar disfrutando de la idea de verlo libre y saber que lo tenía cogido. Los hilos de su red estaban tejidos; ya no tenía más que cerrar la mano. Mas cuando llegó al centro de la telaraña, la mosca había volado. Calcúlese su desesperación. Interrogó a sus hombres, nadie lo había visto. Sea como fuere, en el momento en que Javert supo que se le escapaba 178

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