Allí Thenardier, con su admirable instinto, ha-bía comprendido en seguida que no era conve-niente atraer sobre sí, y sobre muchos negocios algo turbios que tenía, la penetrante mirada de la justicia, y dijo que \"su abuelo\" había ido a buscar-la, nada había más natural en el mundo. Ante la figura del abuelo, se desvaneció Jean Valjean. —Es indudable que ha muerto —se dijo Javert; soy un necio. Empezaba ya a olvidar esta historia, cuando en marzo de 1824 oyó hablar de un extraño per-sonaje que vivía cerca de la parroquia de San Medardo, y que era conocido como el mendigo que daba limosna. Era, según se decía, un rentis-ta cuyo nombre no sabía nadie, que vivía solo con una niña de ocho años que había venido de Monefermeil. ¡Montfermeil! Esta palabra, sonando de nuevo en los oídos de Javert, le llamó la atención. Otros mendigos dieron algunos nuevos por-menores. El rentista era un hombre muy huraño, no salía más que de noche, no hablaba a nadie más que a los pobres. Llevaba un abrigo feo, viejo y amarillento que valía muchos millones, porque estaba forrado de billetes de banco. Todo esto excitó la curiosidad de Javert; y con objeto de ver de cerca, y sin asustarlo, a este hombre extraordinario, se puso un día el traje del sacristán y ocupó su lugar. El sospechoso se acer-có a Javert disfrazado, y le dio limosna; en ese momento, Javert levantó la vista, y la misma im-presión que produjo en Jean Valjean la vista de Javert, recibió Javert al reconocer a Jean Valjean. Sin embargo, la oscuridad había podido enga-ñarle; su muerte era oficial. Le quedaban, pues, a Javert graves dudas, y en la duda Javert, hombre escrupuloso, no prendía a nadie. Siguió a su hombre hasta la casa Gorbeau, e hizo hablar a la portera, lo que no era difícil. Alquiló un cuarto y aquella misma noche se insta-ló en él. Fue a escuchar a la puerta del misterioso huésped, esperando oír el sonido de su voz, pero Jean Valjean vio su luz por la cerradura y chas-queó al espía, guardando silencio. Al día siguiente Jean Valjean abandonó la casa. Pero el ruido de la moneda de cinco francos que dejó caer fue escuchado por la vieja portera, que oyendo sonar dinero pensó que se iba a mudar, y se apresuró a avisar a Javert. Por la noche cuando salió Jean Valjean, lo esperaba Javert 177

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