LIBRO QUINTO. A caza perdida, jauría muda I. Los rodeos de la estrategia Jean Valjean se perdió por las calles, trazando las líneas más quebradas que pudo, y volviendo atrás muchas veces para asegurarse de que nadie lo seguía. Era una noche de luna llena. Cosette caminaba sin preguntar nada. Jean Val-jean no sabía más que Cosette adónde iba, y ponía su confianza en Dios, así como Cosette la ponía en él. No llevaba ninguna idea pensada, ningún plan, ningún proyecto. No estaba tampoco seguro de que fuera Javert el que le perseguía y aun podía ser Javert sin que supiera que él era Jean Valjean. ¿No estaba disfrazado? ¿No se le creía muerto? Sin embargo, hacía días que le sucedían cosas muy raras. Había decidido no volver a casa Gorbeau. Como el animal arrojado de su caverna, buscaba un agujero en que pasar la noche. Daban las once cuando pasó por delante de la comisaría de policía. El instinto lo hizo mirar ha-cia atrás instantes después, y vio claramente, gra-cias a la luz del farol, a tres hombres que lo seguían bastante de cerca. —Ven, hija —dijo a Cosette, y se alejó precipita-damente. Dio varias vueltas y luego se escondió en el hueco de una puerta. No habían pasado tres minutos cuando apare-cieron los hombres; ya eran cuatro. Parecían no saber hacia dónde dirigirse. El que los comandaba señaló hacia donde estaba Jean Valjean y en ese momento la luna le iluminó el rostro. Jean Valjean reconoció a Javert. II. El callejón sin salida Jean Valjean aprovechó esa vacilación de sus perseguidores y salió de la 167

RkJQdWJsaXNoZXIy Nzg5NTA=