—Sí —respondió él con el acento más natural del mundo—. ¿Quién era? —Es un nuevo inquilino que hay en la casa. —¿Y que se llama...? —No sé bien. Dumont o Daumont. Un nombre así. —¿Y qué es ese Dumonti? Lo miró la vieja con sus ojillos de zorro, y respondió: —Un rentista como vos. Tal vez estas palabras no envolvían segunda intención, pero Jean Valjean creyó que la tenían. Cuando se retiró la portera, hizo un rollo de unos cien francos que tenía en un armario y se lo guardó en el bolsillo. Por más precaución que tomó para hacer esta operación sin que se le oyera remover el dinero, se le escapó de las ma-nos una moneda de cien sueldos, y rodó por el suelo haciendo bastante ruido. Al anochecer bajó y miró la calle por todos lados. No vio a nadie. Volvió a subir. —Ven —dijo a Cosette. La tomó de la mano, y salieron. 166

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