Jean Valjean comenzó a enseñarle a leer. Algu-nas veces, al hacer deletrear a la niña, pensaba que él había aprendido a leer en el presidio con la idea de hacer el mal. Esta idea se había conver-tido en la de enseñar a leer a la niña. Entonces, el viejo presidiario se sonreía con la sonrisa pensati-va de los ángeles. Enseñar a leer a Cosette y dejarla jugar, ésa era poco más o menos toda la vida de Jean Val-jean. Y luego le hablaba de su madre, y la hacía rezar. Cosette lo llamaba padre. Pasaba las horas mirándola vestir y desnudar su muñeca y oyéndola canturrear. Ahora la vida se le presentaba llena de interés, los hombres le parecían buenos y justos, no acusaba a nadie en su pensamiento, y no veía ninguna razón para no envejecer hasta una edad muy avanzada, ya que aquella niña lo amaba. Veía delante de sí un por-venir iluminado por Cosette, como por una her-mosa luz. Los hombres buenos no están exentos de un pensamiento egoísta; y así en algunos mo-mentos Jean Valjean pensaba, con una especie de júbilo, que Cosette sería fea. III. Lo que observa la portera Jean Valjean tenía la prudencia de no salir nunca de día. Todas las tardes, al oscurecer, se paseaba unas horas, algunas veces solo, otras con Cosette; buscaba las avenidas arboladas de los barrios más apartados, y entraba en las iglesias a la caída de la noche. Iba mucho a San Medardo, que era la iglesia más cercana. Cuando no llevaba a Cosette, la dejaba con la portera. Vivían sobriamente, pero nunca les faltaba un poco de fuego. Jean Valjean continuaba vistiendo su abrigo ajustado y amarillento y su viejo som-brero. En la calle se le tomaba por un pobre. Sucedía a veces que algunas mujeres caritativas le daban un sueldo; él lo recibía y hacía un saludo profundo. Sucedía en otras ocasiones también que encontraba a algún mendigo pidiendo limosna; entonces miraba hacia atrás por si lo veía alguien, se acercaba rápidamente al desdichado, le ponía en la mano una moneda, muchas veces de plata y se alejaba precipitadamente. Esto tuvo sus incon-venientes, pues en el barrio se le empezó a cono-cer con el nombre de \"el mendigo que da limos-na\". La portera, vieja regañona, llena de envidia hacia el prójimo, vigilaba a 162

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