Jean Valjean no había muerto. Al caer al mar, o más bien al arrojarse a él, estaba como se ha visto sin cadena ni grillos. Nadó entre dos aguas hasta llegar a un buque anclado, al cual había amarrada una barca, y halló medio de ocultarse en esta embarcación hasta que vino la noche. Entonces se echó a nadar de nuevo, y llegó a tierra a poca distancia del cabo Brun. Allí, como no era dinero lo que le faltaba, pudo comprarse ropa en una tenducha especializada en vestir a reos evadidos. Después Jean Valjean, como todos esos tristes fugitivos que tratan de despistar a la policía, siguió un itinerario oscuro y ondulante. Estuvo en los Altos Alpes, luego en los Pirineos y después en diversos lugares. Por fin llegó a París, y lo acabamos de ver en Montfermeil. Lo primero que hizo al llegar a París fue com-prar vestidos de luto para una niña de siete a ocho años, y luego buscó donde vivir. Hecho esto, fue a Montfermef. Recordemos que durante su primera evasión hizo también un viaje misterio-so por esos alrededores. Se le creía muerto, circunstancia que espesaba en cierto modo la sombra que lo envolvía. En París llegó a sus manos uno de los periódicos que consignaban el hecho, con lo cual se sintió más tranquilo y casi en paz como si hubiese muerto realmente. La noche misma del día en que sacó a Cosette de las garras de los Thenardier, volvió a París con la niña. El día había sido extraño y de muchas emo-ciones para Cosette; habían comido detrás de los matorrales pan y queso comprados en bodegones alejados de los caminos; habían cambiado de ca-rruaje muchas veces, y recorrido varios trozos de camino a pie. No se quejaba, pero estaba cansa-da, y entonces Jean Valjean la tomó en brazos; Cosette, sin soltar a Catalina, apoyó su cabeza sobre el hombro de Jean Valjean, y se durmió. 158

RkJQdWJsaXNoZXIy Nzg5NTA=