No había nada que replicar. Thenardier se entregó. —Esta firma está bastante bien imitada —mur-muró entre dientes—. En fin, ¡sea! Después intentó un esfuerzo desesperado. —Señor —dijo—, está bien, puesto que sois la persona enviada por la madre. Pero es preciso pagarme todo lo que se me debe, que no es poco. El hombre contestó: —Señor Thenardier, en enero la madre os de-bía ciento veinte francos; en febrero habéis recibi-do trescientos francos, y otros trescientos a princi-pios de marzo. Desde entonces han pasado nueve meses, que a quince francos, según el precio con-venido, son ciento treinta y cinco francos. Habíais recibido cien francos de más; se os quedaban a deber, por consiguiente, treinta y cinco francos, y por ellos os acabo de dar mil quinientos. Sintió entonces Thenardier lo que siente el lobo en el momento en que se ve mordido y cogido en los dientes de acero del lazo. —Señor—sin—nombre —dijo resueltamente y de-jando esta vez a un lado todo respeto—, me volve-ré a quedar con Cosette, o me daréis mil escudos. El viajero, cogiendo su garrote, dijo tranquila-mente: —Ven, Cosette. Thenardier notó la enormidad del garrote y la soledad del lugar. Se internó el desconocido en el bosque con la niña, dejando al tabernero inmóvil y sin saber qué hacer. Los siguió, pero no pudo impedir que lo viera. El hombre lo miró con expresión tan sombría que Thenardier juzgó inútil ir más adelante, y se vol-vió a su casa. X. Vuelve a aparecer el número 9.430 157

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