El viajero sacó de su bolsillo una vieja cartera de cuero de donde extrajo algunos billetes de Banco que puso sobre la mesa. Después apoyó su ancho pulgar sobre estos billetes, y dijo al tabernero: —Haced venir a Cosette. Un instante después entraba Cosette en la sala baja. El desconocido tomó el paquete que había llevado, y lo desató. Este paquete contenía un vestidito de lana, un delantal, un chaleco, un pa-ñuelo, medias de lana y zapatos, todo de color negro. —Hija mía —dijo el hombre—, toma esto, y ve a vestirte en seguida. El día amanecía cuando los habitantes de Montfermeil, que empezaban a abrir sus puertas, vieron pasar a un hombre vestido pobre-mente que llevaba de la mano a una niña de luto, con una muñeca color de rosa en los bra-zos. Cosette iba muy seria, abriendo sus grandes ojos y contemplando el cielo. Había puesto el luís en el bolsillo de su delantal nuevo. De vez en cuando se inclinaba y le arrojaba una mirada, después miraba al desconocido. Se sentía como si estuviera cerca de Dios. IX. El que busca lo mejor puede hallar lo peor Luego que el hombre y Cosette se marcharan, Thenardier dejó pasar un cuarto de hora largo; después llamó a su mujer, y le mostró los mil quinientos francos. —¡Nada más que eso! —dijo la mujer. Era la primera vez desde su casamiento, que se atrevía a criticar un acto de su marido. El golpe fue certero. —En realidad tienes razón —dijo Thenardier—, soy un imbécil. Dame el sombrero. Los alcanzaré. Los encontró a buena distancia del pueblo, a la entrada del bosque. 155

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