un Luis de oro.Después se volvió en puntillas a su habita-ción. VIII. Thenardier maniobra Al día siguiente, lo menos dos horas antes de que amaneciera, Thenardier, sentado junto a una mesa en la sala baja de la taberna, con una pluma en la mano, y alumbrado por la luz de una vela, hizo la cuenta del viajero del abrigo amarillento. —¡Y no lo olvides que hoy saco de aquí a Cosette a patadas! —gruñó su mujer—. ¡Monstruo! ¡Me come el corazón con su muñeca! ¡Preferiría casarme con Luis XVIII a tenerla en casa un día. Thenardier encendió su pipa y respondió en-tre dos bocanadas de humo: —Entregarás al hombre esta cuenta. Después salió. Apenas había puesto el pie fuera de la sala cuando entró el viajero. Thenardier se devolvió y permaneció inmóvil en la puerta entreabierta, visi-ble sólo para su mujer. El hombre llevaba en la mano su bastón y su paquete. —¡Levantado ya, tan temprano! —dijo la Thenar-dier—. ¿Acaso el señor nos deja? El viajero parecía pensativo y distraído. Res-pondió: —Sí, señora, me voy. La Thenardier le entregó la cuenta doblada. El hombre desdobló el papel y lo miró; pero su atención estaba indudablemente en otra parte. —Señora —continuó—, ¿hacéis buenos negocios en Montfermeil? —Más o menos no más, señor —respondió la Thenardier, con acento lastimero—: ¡Ay, los tiem-pos están muy malos! ¡Tenemos tantas cargas! Mi-rad, esa chiquilla nos cuesta los ojos de la cara, esa Cosette; la 152

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