una vela y salió del cuarto, mirando a su alrede-dor como quien busca algo. Oyó un ruido muy leve parecido a la respiración de un niño. Se dejó conducir por este ruido, y llegó a una especie de hueco triangular practicado debajo de la escalera. Allí entre toda clase de cestos y trastos viejos, entre el polvo y las telarañas, había un jergón de paja lleno de agujeros, y un cobertor todo roto. No tenía sábanas, y estaba echado por tierra. En esta cama dormía Cosette. El hombre se acercó y la miró un rato. Cosette dormía profundamente, y estaba vestida. En in-vierno no se desnudaba para tener menos frío. Tenía abrazada la muñeca, cuyos grandes ojos abiertos brillaban en la oscuridad. Al lado de su cama no había más que un zueco. Una puerta que había al lado de la cueva de Cosette dejaba ver una oscura habitación bastante grande. El desconocido entró en ella. En el fondo se veían dos camas gemelas muy blancas; eran las de Azelma y Eponina. Detrás de las camas, había una cuna donde dormía el niño a quien había oído llorar toda la tarde. Al retirarse pasó frente a la chimenea, donde había dos zapatitos de niña, de distinto tamaño. El desconocido recordó la graciosa e inmemorial cos-tumbre de los niños que ponen sus zapatos en la chimenea la noche de Navidad esperando encon-trar allí un regalo de alguna hada buena. Eponina y Azelma no habían faltado a esta costumbre, y cada una había puesto uno de sus zapatos en la chimenea. El viajero se inclinó hacia ellos. El hada, es decir, la madre, había hecho ya su visita y se veía brillar en cada zapato una magnífica moneda de diez sueldos, nuevecita. Ya se iba cuando vio escondido en el fondo, en el rincón más oscuro de la chimenea, otro obje-to. Miró, y vio que era un zueco, un horrible zueco de la madera más tosca, medio roto, y todo cubier-to de ceniza y barro seco. Era el zueco de Cosette. Cosette, con esa tierna confianza de los niños, que puede engañarlos siempre sin desanimarlos jamás, había puesto también su zueco en la chimenea. La esperanza es una cosa dulce y sublime en una niña que sólo ha conocido la desesperación. En el zueco no había nada. El viajero buscó en el bolsillo de su chaleco y puso en el zueco de Cosette 151

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