pago. Después dijo volviéndose hacia Cosette: —Ahora el trabajo es mío. Juega, hija mía. Uno de los carreteros se impresionó tanto al oír hablar de una moneda de cinco francos, que vino a verla. —¡Y es verdad —dijo—, no es falsa! La Thenardier se mordió los labios, y su rostro tomó una expresión de odio. Entretanto Cosette temblaba. Se arriesgó a pre-guntar: —¿Es verdad, señora? ¿Puedo jugar? —¡Juega! —dijo la Thenardier, con voz terrible. —Gracias, señora —dijo Cosette. Y mientras su boca daba gracias a la Thenar-dier, toda su alma se las daba al viajero. Eponina y Azelma no ponían atención alguna a lo que pasaba. Acababan de dejar de lado la muñeca y envolvían al gato, a pesar de sus mau-llidos y sus contorsiones, con unos trapos y unas cintas rojas y azules. Así como los pájaros hacen un nido con todo, los niños hacen una muñeca con cualquier cosa. Mientras Eponina y Azelma envol-vían al gato, Cosette por su parte había envuel-to su sablecito de plomo, lo acostó en sus brazos y cantaba dulcemente para dormirlo. Como no tenía muñeca, se había hecho una muñeca con el sable. La Thenardier se acercó al hombre amarillo, como lo llamaba para sí. Mi marido tiene razón, pensaba. ¡Hay ricos tan raros! —Ya veis, señor —dijo—, yo quiero que la niña juegue, no me opongo, pero es preciso que trabaje. —¿No es vuestra esa niña? —¡Oh, Dios mío! No, señor; es una pobrecita que recogimos por caridad; 147
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