ver su rostro en la oscuridad. —¿Cómo lo llamas? —preguntó. —Cosette. El hombre sintió como una sacudida eléctrica. Volvió a mirarla, cogió el cubo y echó a andar.Al cabo de un instante preguntó: —¿Dónde vives, niña? —En Montfermeil. Volvió a producirse otra pausa, y luego el hombre continuó: —¿Quién lo ha enviado a esta hora a buscar agua al bosque? La señora Thenardier. El hombre replicó en un tono que quería es-forzarse por hacer indiferente, pero en el cual había un temblor singular: —¿Quién es esa señora Thenardier? —Es mi ama —dijo la niña—. Tiene una posada. —¿Una posada? —dijo el hombre—. Pues bien, allá voy a dormir esta noche. Llévame. El hombre andaba bastante de prisa. La niña lo seguía sin trabajo; ya no sentía el cansancio; de vez en cuando alzaba los ojos hacia él con una especie de tranquilidad y de abandono inexplica-ble. Jamás le habían enseñado a dirigirse a la Providencia y orar: sin embargo, sentía en sí una cosa parecida a la esperanza y a la alegría, y que se dirigía hacia el Cielo. Pasaron algunos minutos. El hombre continuó: —¿No hay criada en casa de esa señora Thenardier? —No, señor. —¿Eres tú sola? —Sí, señor. 140
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