y reír ruidosa-mente en la pieza inmediata. Al oír abrirse la puerta preguntó sin apartar la vista de sus cace-rolas: —¿Qué ocurre? —Cama y comida —dijo el hombre. —A1 momento —replicó el posadero. Entonces volvió la cabeza, dio una rápida ojea-da al viajero, y añadió: —Pagando, por supuesto. El hombre sacó una bolsa de cuero del bolsi-llo de su chaqueta y contestó: —Tengo dinero. —En ese caso, al momento os atiendo. El hombre guardó su bolsa; se quitó el morral, conservó su palo en la mano, y fue a sentarse en un banquillo cerca del fuego. Entretanto el dueño de casa, yendo y viniendo de un lado para otro, no hacía más que mirar al viajero. —¿Se come pronto? —preguntó éste. —En seguida —dijo el posadero. Mientras el recién llegado se calentaba con la espalda vuelta al posadero, éste sacó un lápiz del bolsillo, rasgó un pedazo de periódico, escribió en el margen blanco una línea o dos, lo dobló sin cerrarlo, y entregó aquel papel a un muchacho que parecía servirle a la vez de pinche y de cria-do; después dijo una palabra al oído del chico y éste marchó corriendo en dirección al Ayunta-miento. El viajero nada vio. Volvió a preguntar otra vez: —¿Comeremos pronto? —En seguida. 14

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