—Hija mía, lo que llevas ahí es muy pesado para ti. Cosette alzó la cabeza y respondió: —Sí, señor. —Dame —continuó el hombre—, yo lo llevaré. Cosette soltó el cubo. El hombre echó a andar junto a ella. —En efecto, es muy pesado —dijo entre dientes. Luego añadió: —¿Qué edad tienes, pequeña? —Ocho años, señor. —¿Y vienes de muy lejos así? —De la fuente que está en el bosque. —¿Y vas muy lejos? A un cuarto de hora largo de aquí. El hombre permaneció un momento sin hablar; después dijo bruscamente: ¿No tienes madre? —No lo sé —respondió la niña. Y antes que el hombre hubiese tenido tiempo para tomar la palabra, añadió: —No lo creo. Las otras, sí; pero yo no la tengo. Y después de un instante de silencio, conti-nuó: —Creo que no la he tenido nunca. El hombre se detuvo, dejó el cubo en tierra, se inclinó, y puso las dos manos sobre los hom-bros de la niña, haciendo un esfuerzo para mirarla y 139

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