Cosette tenía un bolsillo en uno de los lados del delantal; tomó la moneda sin decir palabra, la guardó en aquel bolsillo y salió. IV. Entrada de una muñeca en escena Frente a la puerta de los Thenardier se había instalado una tienda de juguetes relumbrante de lentejuelas, de abalorios y vidrios de colores. De-lante de todo había puesto el tendero una inmen-sa muñeca de cerca de dos pies de altura, vestida con un traje color rosa, con espigas doradas en la cabeza, y que tenía pelo verdadero y ojos de vidrio esmaltado. Esta maravilla había sido duran-te todo el día objeto de la admiración de los mirones de menos de diez años, sin que hubiera en Montfermeil una madre bastante rica o bastan-te pródiga para comprársela a su hija. Eponina y Azelma habían pasado horas enteras contemplán-dola y hasta la misma Cosette, aunque es cierto que furtivamente, se había atrevido a mirarla. En el momento en que Cosette salió con su cubo en la mano, por triste y abrumada que estu-viera, no pudo menos que alzar la vista hacia la prodigiosa muñeca, hacia la \"reina\", como ella la llamaba. La pobre niña se quedó petrificada; no había visto todavía tan de cerca como entonces la muñeca. Toda la tienda le parecía un palacio; la muñeca era la alegría, el esplendor, la riqueza, la dicha, que aparecían como una especie de brillo quimérico ante aquel pequeño ser, enterrado tan profundamente en una miseria fúnebre y fría. Co-sette se decía que era preciso ser reina, o a lo menos princesa para tener una cosa así. Contem-plaba el bello vestido rosado, los magníficos cabe-llos alisados y decía para sí: \"¡Qué feliz debe ser esa muñeca!\" Sus ojos no podían separarse de aquella tienda fantástica; cuanto más miraba más se deslumbraba; creía estar viendo el paraíso. En esta adoración lo olvidó todo, hasta la comisión que le habían encargado. De pronto la bronca voz de la Thenardier la hizo volver en sí. Había echado una mirada a la calle y vio a Cosette en éxtasis. —¡Cómo, flojonazá! ¿No lo has ido todavía? ¡Es-pera! ¡Allá voy yo! ¿Qué tienes tú que hacer ahí? ¡Vete, pequeño monstruo! Cosette echó a correr con su cubo a toda la velocidad que podía. V. La niña sola 136

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