tunan-tuela. Cuando no bebe, tiene un modo de reso-plar que conozco perfectamente. Cosette insistió, añadiendo con una voz en-ronquecida por la angustia: —¡Pero si ha bebido! ¡Y con qué ganas! —Bueno, bueno —replicó el hombre, enfadado—; que den de beber a mi caballo y concluyamos. Cosette volvió a meterse debajo de la mesa. —Tiene razón —dijo la Thenardier—; si el animal no ha bebido, es preciso que beba. Después miró a su alrededor. —Y bien, ¿dónde está ésa? Se inclinó y vio a Cosette acurrucada al otro extremo de la mesa casi debajo de los pies de los bebedores. —¡Ven acá! —gritó furiosa. Cosette salió de la especie de agujero en que se hallaba metida. La Thenardier continuó: —Señorita perro—sin—nombre, vaya a dar de be-ber a ese caballo. —Pero, señora —dijo Cosette, débilmente—, si no hay agua. La Thenardier abrió de par en par la puerta de la calle. —Pues bien, ve a buscarla. Cosette bajó la cabeza, y fue a tomar un cubo vacío que había en el rincón de la chimenea. El cubo era más grande que ella y la niña habría podido sentarse dentro, y aun estar cómoda. La Thenardier volvió a su fogón y probó con una cuchara de palo el contenido de la cacerola, gruñendo al mismo tiempo: —Oye tú, monigote, a la vuelta comprarás un pan al panadero. Ahí tienes una moneda de quin-ce sueldos. 135

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