Cuando la tripulación estaba ocupada en en-vergar las velas, un gaviero perdió el equilibrio. Se le vio vacilar; la cabeza pudo más que el cuerpo; el hombre dio vueltas alrededor de la verga, con las manos extendidas hacia el abis-mo; cogió al paso, con una mano primero y luego con la otra, el estribo, y quedó suspendi-do de él. Tenía el mar debajo, a una profundi-dad que producía vértigo. La sacudida de su caída había imprimido al estribo un violento movimiento de columpio. El hombre iba y venía agarrado a esta cuerda como la piedra de una honda. Socorrerle era correr un riesgo fatal. Ninguno de los marineros se atrevía a aventurarse. La mul-titud esperaba ver al desgraciado gaviero de un minuto a otro soltar la cuerda, y todo el mundo volvía la cabeza para no presenciar su muerte. De pronto se vio a un hombre que trepaba por el aparejo con la agilidad de un tigre. Iba vestido de rojo, era un presidiario; llevaba un gorro verde, señal de condenado a cadena perpe-tua. Al llegar a la altura de la gavia, un golpe de viento le llevó el gorro, y dejó ver una cabeza enteramente blanca. El individuo, perteneciente a un grupo de pre-sidiarios empleados a bordo, había corrido en el primer instante a pedir al oficial permiso para arriesgar su vida por salvar al gaviero. A un signo afirmativo del oficial, rompió de un martillazo la cadena sujeta a la argolla de su pie, tomó luego una cuerda, y se lanzó a los obenques. Nadie notó en aquel instante la facilidad con que rom-pió la cadena. En un abrir y cerrar de ojos estuvo en la verga; llegó a la punta, ató a ella un cabo de la cuerda que llevaba, y dejó suelto el otro cabo; después empezó a bajar deslizándose por esta cuerda y se acercó al marinero. Entonces hubo una doble angustia; en vez de un hombre suspen-dido sobre el abismo había dos. Pero el presidiario logró atar al gaviero sólida-mente con la cuerda a que se sujetaba con una mano. Subió sobre la verga, y tiró del marinero hasta que lo tuvo también en ella; después lo cogió en sus brazos y lo llevó a la gavia, donde le dejó en manos de sus camaradas. Se preparó entonces para bajar inmediatamen-te a unirse a la cuadrilla a que pertenecía. Para llegar más pronto, se dejó resbalar y echó a correr por una entena baja. Todas las miradas lo seguían. Por un momento se tuvo miedo; sea que estuviese cansado, sea que se mareara, lo cierto es que se le vio 130

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