encontró un reloj y una bolsa. En eso estaba cuando el oficial abrió los ojos. —Gracias —dijo con voz débil. Los bruscos tirones del ladrón y el aire fresco de la noche lo sacaron de su letargo. —¿Quién ganó la batalla? —preguntó. —Los ingleses. —Registrad mis bolsillos. Hallaréis un reloj y una bolsa; tomadlos. El vagabundo fingió hacerlo. —No hay nada —dijo. —Los han robado —murmuró el oficial—. Lo siento, hubiera querido que fueran para vos. Me habéis salvado la vida. ¿Quién sois? —Yo pertenecía como vos al ejército francés. Tengo que dejaros ahora, pues si me cogen los inglesen me fusilarán. Os he salvado la vida, ahora arreglaos como podáis. —¿Vuestro grado? —Sargento. —¿Cómo os llamáis? —Thenardier. —No olvidaré ese nombre —dijo el oficial—. Re-cordad el mío, me llamo Pontmercy. 125

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