—No. Mentía. Había mentido dos veces seguidas. Una hora después, un hombre se alejaba de M. a través de los árboles y la bruma en dirección a París. Llevaba un paquete y vestía una chaqueta vieja. ¿De dónde la sacó? Había muerto hacía poco un obrero en la enfermería, que no dejaba más que su chaqueta. Tal vez era ésa. Fantina fue arrojada a la fosa pública del ce-menterio, que es de todos y de nadie, allí donde se pierden los pobres. Afortunadamente, Dios sabe dónde encontrar el alma. La tumba de Fantina se parecía a lo que había sido su lecho. 121

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