Menester es confesar, sin embargo, que le que-daban de lo que en otro tiempo había poseído seis cubiertos de plata y un cucharón, que la señora Magloire miraba con cierta satisfacción to-dos los días relucir espléndidamente sobre el blanco mantel de gruesa tela. Y como procuramos pintar aquí al obispo de D. tal cual era, debemos añadir que más de una vez había dicho: \" Renunciaría difícilmente a comer con cubiertos que no fuesen de plata\". A estas alhajas deben añadirse dos grandes candeleros de plata maciza que eran herencia de una tía abuela. Aquellos candeleros sostenían dos velas de cera, y habitualmente figuraban sobre la chimenea del obispo. Cuando había convidados a cenar, la señora Magloire encendía las dos velas y ponía los dos candelabros en la mesa. A la cabecera de la cama del obispo, había pequeña alacena, donde la señora Magloire guardaba todas las noches los seis cubiertos de plata y el cucharón. Debemos añadir que nunca quitaba la llave de la cerradura. La señora Magloire cultivaba legumbres en el jardín; el obispo, por su parte, había sembrado flores en otro rincón. Crecían también algunos árboles frutales. Una vez, la señora Magloire dijo a Su Ilustrísi-ma con cierta dulce malicia: —Monseñor, vos que sacáis partido de todo, tenéis ahí un pedazo de tierra inútil. Más valdría que eso produjera frutos que flores. —Señora Magloire —respondió el obispo—, os engañáis: lo bello vale tanto como lo útil. Y añadió después de una pausa: Tal vez más. 12

RkJQdWJsaXNoZXIy Nzg5NTA=