ir a ver a Fantina. Apenas Magdalena abandonó la sala de au-diencia y fue puesto en libertad Champmathieu, el fiscal expidió una orden de arresto, encargando de ella al inspector Javert. La orden estaba conce-bida en estos términos: \"El inspector Javert reduci-rá a prisión al señor Magdalena, alcalde de M., reconocido en la sesión de hoy como el ex presi-diario Jean Valjean\". Javert se hizo guiar al cuarto en que estaba Fantina. Se quedó junto a la puerta entreabierta; estuvo allí en silencio cerca de un minuto sin que nadie notara su presencia, hasta que lo vio Fantina. En el momento en que la mirada de Magda-lena encontró la de Javert, el rostro de éste ad-quirió una expresión espantosa. Ningún senti-miento humano puede ser tan horrible como el de la alegría. La seguridad de tener en su poder a Jean Valjean hizo aflorar a su fisonomía todo lo que tenía en el alma. El fondo removido subió a la superficie. La humillación de haber perdido la pis-ta y haberse equivocado respecto de Champma-thieu desaparecía ante el orgullo de ahora. Javert se sentía en el cielo. Contento a indignado, tenía bajo sus pies el crimen, el vicio, la rebelión, la perdición, el infierno. Javert resplandecía, exter-minaba, sonreía. Había una innegable grandeza en aquel San Miguel monstruoso. La probidad, la sinceridad, el candor, la con-vicción, la idea del deber son cosas que en caso de error pueden ser repugnantes; pero, aún re-pugnantes, son grandes; su majestad, propia de la conciencia humana, subsiste en el horror; son vir-tudes que tienen un vicio, el error. La despiadada y honrada dicha de un fanático en medio de la atrocidad conserva algún resplandor lúgubre, pero respetable. Es indudable que Javert, en su felici-dad, era digno de lástima, como todo ignorante que triunfa. III. La autoridad recobra sus derechos Jean Valjean, desde ahora lo llamaremos así, se levantó y dijo a Fantina con voz tranquila y suave: —No temáis, no viene por vos. 116

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