El señor Magdalena se sentó en una silla junto a la cama. Fantina se volvió a él, esforzándose por parecer tranquila. —¿Habéis tenido buen viaje, señor alcalde? De-cidme sólo cómo está. ¡Cuánto deseo verla! ¿Es bonita? El señor Magdalena tomó su mano y le dijo con dulzura: —Cosette es bonita, y está bien, pero tranquili-zaos. Habláis con mucho apasionamiento y eso os hace toser. Ella no podía calmarse y siguió hablando y haciendo planes. —¡Qué felices vamos a ser! Tendremos un jar-dincito, el señor Magdalena me lo ha prometido. Cosette jugará en el jardín. Ya debe saber las letras; después hará su primera comunión. Y se reía, feliz. El señor Magdalena oía sus palabras como quien escucha el viento, con los ojos bajos y el alma sumida en profundas reflexiones. Pero de pronto levantó la cabeza porque la enferma había callado. Fantina estaba aterrorizada. No hablaba, no respiraba, se había incorporado; su rostro, tan ale-gre momentos antes, estaba lívido; sus ojos desor-bitados estaban fijos en algo horrendo. —¿Qué tenéis, Fantina? —preguntó Magdalena. Ella le tocó el brazo con una mano, y con la otra le indicó que mirara detrás de sí. Se volvió y vio a Javert. II. Javert contento Veamos lo que había pasado. Acababan de dar las doce y media cuando el señor Magdalena salió de la sala del tribunal de Arras. Poco antes de las seis de la mañana llegó a M. y su primer cuidado fue echar al correo su carta al señor Laffitte, y después 115

RkJQdWJsaXNoZXIy Nzg5NTA=