LIBRO OCTAVO. Contragolpe I. Fantina feliz Principiaba a apuntar el día. Fantina había pasado una noche de fiebre a insomnio, pero llena de dulces esperanzas; era de mañana cuando se dur-mió. Sor Simplicia, encargada de cuidarla, pasó con ella toda la noche y, al dormirse la paciente, fue al laboratorio a preparar una dosis de quinina. De pronto volvió la cabeza y dio un grito. El señor Magdalena había entrado silenciosamente y estaba delante de ella. —¡Por Dios, señor Magdalena! —exclamó la reli-giosa—. ¿Qué os ha sucedido? Tenéis el pelo ente-ramente blanco. —¿Blanco? —dijo él. Sor Simplicia no tenía espejo; le pasó el vidrio que usaba el médico para constatar si un paciente estaba muerto y ya no respiraba. El señor Magdale-na se miró y sólo dijo, con profunda indiferencia: —¡Vaya! Sor Simplicia le informó que Fantina había estado mal la víspera, pero que ya se encontraba mejor porque creía que el señor alcalde había ido a buscar a su hija a Montfermeil. —Habéis hecho bien en no desengañarla. —Sí, pero ahora que va a veros sin la niña, ¿qué le diremos? El alcalde se quedó un momento pensativo. —Dios nos inspirará —dijo. —Pero no le podremos mentir —murmuró la religiosa a media voz. 113
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