de lo que se os ha preguntado. Vuestra turbación os condena. Es evi-dente que no os llamáis Champmathieu, que sois el presidiario Jean Valjean, que sois natural de Faverolles donde erais podador. Es evidente que habéis robado. Los señores jurados apreciarán es-tos hechos. El acusado se había sentado; pero se levantó cuando terminó de hablar el fiscal, y gritó: —¡Vos sois muy malo, señor! Eso es lo que quería decir y no sabía cómo. Yo no he robado nada, soy un hombre que no come todos los días. Venía de Ailly, iba por el camino después de una tempestad que había asolado el campo. Al lado del camino encontré una rama con manzanas en el suelo, y la recogí sin saber que me traería un castigo: Hace tres meses que estoy preso y que me interrogan. No sé qué decir; se habla contra mí; se me dice ¡responde! El gendarme, que es un buen muchacho, me da con el codo y me dice por lo bajo: contesta. Yo no sé explicarme; no he hecho estudios; soy un pobre. No he robado; recogí cosas del suelo. Habláis de Jean Valjean, de Jean Mathieu, yo no los conozco; serán aldeanos. Yo trabajé con el señor Baloup. Me llamo Champmathieu. Sois muy listos al decirme donde he nacido, pues yo lo ignoro; porque no todos tie-nen una casa para venir al mundo, eso sería muy cómodo. Creo que mi padre y mi madre andaban por los caminos y no sé nada más. Cuando era niño me llamaban Pequeño, ahora me llama Vie-jo. Estos son mis nombres de bautismo. Tomadlo como queráis, que he estado en Auvernia, que he en Faverolles, ¡qué sé yo! ¿Es imposible estado en Auvernia y en Faverolles sin ha-ber estado antes en presidio? Os digo que no he robado y que soy el viejo Champmathieu, y que he vivido en casa del señor Baloup. Me estáis aburriendo con vuestras tonterías. ¿Por qué estáis tan enojados conmigo? El presidente ordenó hacer comparecer a los testigos. El portero entró con Cochepaille, Chenildieu y Brevet, todos vestidos con chaqueta roja. —Es Jean Valjean —dijeron los tres—. Se le cono-cía como Jean Grúa, por lo fuerte que era. En el público estalló un rumor que llegó hasta el jurado. Era evidente que el hombre estaba per-dido. 108

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