y éste es el más bello de vuestros nombres\". En otra parte había escrito: \"No preguntéis su nombre a quien os pide asilo. Precisamente quien más necesidad tiene de asilo es el que tiene más dificultad en decir su nombre\". Añadía también: \"A los ignorantes enseñadles lo más que po-dáis; la sociedad es culpable por no dar instruc-ción gratis; es responsable de la oscuridad que con esto produce. Si un alma sumida en las tinie-blas comete un pecado, el culpable no es en realidad el que peca, sino el que no disipa las tinieblas\". Como se ve, tenía un modo extraño y peculiar de juzgar las cosas. Sospecho que lo había toma-do del Evangelio. Un día oyó relatar una causa célebre que se estaba instruyendo, y que muy pronto debía sen-tenciarse. Un infeliz, por amor a una mujer y al hijo que de ella tenía, falto de todo recurso, había acuñado moneda falsa. En aquella época se casti-gaba este delito con la pena de muerte. La mujer fue apresada al poner en circulación la primera moneda falsa fabricada por el hombre. El obispo escuchó en silencio. Cuando concluyó el relato, preguntó: —¿Dónde se juzgará a ese hombre y a esa mujer? —En el tribunal de la Audiencia. Y replicó: ¿Y dónde juzgarán al fiscal? Cuando paseaba apoyado en un gran bastón, se diría que su paso esparcía por donde iba luz y animación. Los niños y los ancianos salían al um-bral de sus puertas para ver al obispo. Bendecía y lo bendecían. A cualquiera que necesitara algo se le indicaba la casa del obispo. Visitaba a los pobres mientras tenía dinero, y cuando éste se le acababa, visitaba a los ricos. Hacía durar sus sotanas mucho tiempo, y como no quería que nadie lo notase, nunca se presenta-ba en público sino con su traje de obispo, lo cual en verano le molestaba un poco. 10

RkJQdWJsaXNoZXIy Nzg5NTA=